Como el tempo real , que difiere mucho de estas ruedas de hámster entre las que nos movemos corriendo sin parar para terminar por estar siempre en el mismo punto de partida.
que si como creo, la mayoría de la gente es buena, no entiendo por qué ganan siempre los malos.
O eso nos quieren hacer creer.
Se perdió el sentimiento colectivo y nació un mar de subjetividades individuales entre las que la comunicación se convierte en un intercambio de monólogos que rara vez llegan a ninguna parte, más allá del enamoramiento romántico de las letras del autor/a o incluso del autor/a mismo.
Y en esa corriente de egos insatisfechos nos quedamos en el hecho de la chispa mágica que se crea entre creadores y recreadores, para olvidar la verdadera misión.
La misión que pienso deberíamos tener todos aquellos que de alguna manera tenemos la capacidad de comunicar.
Remover con ciencia (literaria en este caso), conciencias.
Aunar toda nuestra fuerza creativa para construir letras que vayan más allá de las ensoñaciones propias, imágenes evocaciones o metáforas.
Los que tenemos la capacidad de llegar a los corazones, no nos podemos quedar encerrados en nuestros egos.
Pensar. Escribir. Tomar parte.
Que nuestras sensibilidades unidas hagan de la palabra una transformación en escultura real, activa y palpable para el bien común.
No sé en qué movimiento literario estará enmarcado lo que acabo de insinuar veladamente.
Me da igual.
A la postre, creo que hay tantos como gentes que dedicamos nuestro tiempo a hacer malabares con las letras.
Si los del traje de mandar siguen campando a sus anchas
es porque les damos el poder de hacerlo mientras, embelesados, seguimos recreándonos en las profundidades abismales de nuestros propios ombligos.
Responsabilidad. Belleza. Compromiso. Unidad colectiva.
No deberían ser utopías.
Está en nuestras manos.
Sólo nos hace falta unir corazones y mentes, plumas y acciones.
O eso nos quieren hacer creer.
Se perdió el sentimiento colectivo y nació un mar de subjetividades individuales entre las que la comunicación se convierte en un intercambio de monólogos que rara vez llegan a ninguna parte, más allá del enamoramiento romántico de las letras del autor/a o incluso del autor/a mismo.
Y en esa corriente de egos insatisfechos nos quedamos en el hecho de la chispa mágica que se crea entre creadores y recreadores, para olvidar la verdadera misión.
La misión que pienso deberíamos tener todos aquellos que de alguna manera tenemos la capacidad de comunicar.
Remover con ciencia (literaria en este caso), conciencias.
Aunar toda nuestra fuerza creativa para construir letras que vayan más allá de las ensoñaciones propias, imágenes evocaciones o metáforas.
Los que tenemos la capacidad de llegar a los corazones, no nos podemos quedar encerrados en nuestros egos.
Pensar. Escribir. Tomar parte.
Que nuestras sensibilidades unidas hagan de la palabra una transformación en escultura real, activa y palpable para el bien común.
No sé en qué movimiento literario estará enmarcado lo que acabo de insinuar veladamente.
Me da igual.
A la postre, creo que hay tantos como gentes que dedicamos nuestro tiempo a hacer malabares con las letras.
Si los del traje de mandar siguen campando a sus anchas
es porque les damos el poder de hacerlo mientras, embelesados, seguimos recreándonos en las profundidades abismales de nuestros propios ombligos.
Responsabilidad. Belleza. Compromiso. Unidad colectiva.
No deberían ser utopías.
Está en nuestras manos.
Sólo nos hace falta unir corazones y mentes, plumas y acciones.
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