Querida hermana, no quiero que pienses que estoy desperdiciando mi vida
por tomar la decisión de no volver a salir jamás de estos muros.
Para mí no son una cárcel como tú dices.
Para mi es un perfecto refugio donde mi alma está tranquila y serena.
Esta es una vida simple, si, pero no por ello menos plena.
He conocido el mundanal ruido, he tenido amigos y amores. Tú lo sabes.
Y ninguna sensación de las que me han podido aportar las personas o las
cosas se puede comparar con la paz de espíritu que me provoca estar
aquí.
Cuidando el huerto, estudiando, rezando, cocinando, cantando con las hermanas.
Caminando en silencio por el claustro acompañada por el canto de jilgueros y cardelinas...
Si quieres que te diga la verdad, a mi mente analítica todavía le
cuesta creer en la presencia de Dios. Se lo dije un día a la madre
superiora y casi se muere de un síncope, la pobre...
No comprendía cómo podía hacerle esa confesión después de cinco años de haber hecho mis votos.
Pero he llegado a la conclusión de que en realidad ya no me importa.
Porque le digo yo que si Dios es amor y yo también, debe ser que somos
de la familia y es algo normal que la familia viva junta en casa.
Ella medio sonríe y dice negando con la cabeza... - por algo el Señor me
dijo que te pusiera de nombre sor cabra. Ahora lo entiendo...- y se va
andando por el pasillo, sonriendo y yo me siento feliz de verla feliz.
Tiene noventa y tres años.
Bueno hermana, espero que en tu próxima
carta me digas que estás contenta por mí aunque no me entiendas. Ese
seria mi mejor regalo.
Dales un beso a padre y madre de mi parte y diles que rezo por vosotros cada dia. Un beso también para mis sobrinos.
Os quiere
Sor cabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario