Noche, luna, relativa calma. Batiburrillo de amores y sombras llenas de
una luz tenue y amarillenta. En mi imaginación aparece un castillo en lo
alto de una cima muy alta. En la torre más lejana del suelo hay una
pequeña ventana con rejas. Y de ella sale una larguísima trenza cobriza
que danza a capricho del viento. Dice la leyenda que su dueña, antes de
morir allí emparedada por serle infiel a su esposo (que por cierto era
tan infiel como ella), se la cortó con
una pequeña daga que consiguió esconder en uno de sus refajos y la dejó
colgando de la reja para dejar constancia de su viaje injusto y precoz
hacia la muerte. Después, según cuentan, se cortó las venas y asomada al
ventanuco murió cantando una canción de cuna que quedó impregnada en el
eco. Dicen que cuando llega el viento del sur se puede escuchar en la
lejanía.
La trenza milagrosamente siguió creciendo.- Es como si
tuviera vida propia- acertó a relatarme un lugareño, - todos los días de
luna llena a eso de la medianoche, haya viento o no, la trenza danza en
el aire sugiriendo caprichosas formas que siempre acaban pareciendo un
corazón partido en dos.-
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