El caso que iba a decir algo, pero no..., mejor será que no tiente la
suerte. Porque seguro que si lo digo, alguien lo va a interpretar mal y
hasta es posible que se organice un debate que acabe generando una
discusión.
Y aunque estoy segura de que nadie va a llegar a las
manos, no creo que fuera prudente encender la mecha, con la que está
cayendo...
Desde luego, no seré yo quien lo haga.
Porque lo que más me gusta es la paz y sobre todo que me dejen en ella el máximo tiempo posible.
Y mira que estoy harta de repetirlo: dejadme en paz, dejadme en paaaz.
Luego me doy cuenta de que para que me hagan caso, primero tengo que
estar en paz, luego que me la quiten y por último que me la devuelvan.
Y casi siempre suelo fallar en el primer paso porque me da la pereza.
La verdad es que sería una cosa estupenda que en pleno ataque de
histeria, le dijeras - déjame en paz-, y lo consiguiera a la primera y
sin violencia.
Pero por alguna extraña razón, casi siempre que dices a alguien déjame en paz, alguien va y se ofende.
Como si la paz fuera sólo el resultado de después de una guerra.
Y te pregunta porqué o sigue con el discurso que matenía antes de que
se lo pidieras haciendo caso omiso de tu primer requerimiento.
Normalmente hacen falta dos o tres más peticiones con el tono in
crescendo, para que al final te miren con cara de estar viendo a una
loca sicópata y acaben yéndose reptando por el pasillo con las orejas
pegadas en plancha a la nuca.
Y por fín te quedas en paz.
Con el corazón a tres mil revoluciones, pero en paz...
Que no sabes si ir a ponerte rulos en la cabeza, empezar a sonarte los
mocos y no parar, o meterte tres calcetines entre los pies.
Así que
creo que lo mejor va a ser no decir nada porque, en resumidas cuentas,
ya sabemos que en boca cerrada no entran fobias. (Al menos
alimentarias).
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