Al ritmo de esta música de los años 20 que suena y con una taza de
chocolate con churros calientes delante, me imagino metida en un vestido
de Charleston, con una diadema brillante y la boa de plumas, cantando
con un cuarteto de jazz subida en la tarima de la pista del salón
central de un gran hotel.
La chica que sirve el chocolate me hace un ligero roce en el hombro. Abro los ojos descolocada. He debido quedarme dormida.
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