Bajo el ritmo quedo y acompasado de esta lluvia persistente, voy buceando entre burbujas en cuya curva me veo reflejada.
Mi cabeza se ve chata por los polos, como la tierra, y la boca enorme. Entre ceja y ojo sólo una milimétrica distancia.
Soy un monstruo feo y deforme. Aunque en realidad siga siendo la misma.
Y me da por pensar en los espejos. Cóncavos, planos o convexos.
Divago sobre la necesidad de verse desde fuera: ¿Es posible que sólo viéndose así una pueda ser consciente de lo que es?
Y así me pasé media vida viendo en el espejo a alguien que no se me
parecía. Porque creía que todo el mundo tenía el reflejo perfecto menos
yo, que no acababa de verme bien. ( Seguramente por algún defecto del
espejo, claro).
Hasta que un día me harté y decidí mirar hacia dentro a ver qué pasaba...
Y ademas de unas cuantas vísceras viscosas y algún que otro órgano,
encontré un jardín en forma de laberinto con una sorpresa detrás de cada
rincón.
Desde entonces aquí sigo, paseando por este galimatías
inmenso y sorprendente donde es más importante encontrarse una misma que
buscar la salida.
Al principio da un poco de vértigo porque hay una
profundidad de la leche, pero una vez aclimatada te vuelves egocéntrica
perdida y puedes pasar de todo el mundo sin ningún miramiento.
Me encanta!
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