Casi todas las personas que conozco y yo, hasta hace nada, tenemos la
teoría implícita de que contar o mostrar los miedos o las preocupaciones
o los problemas que nos angustian es algo que no se debe hacer.
El
principal motivo por el cual no lo hacemos, es pensar que ya tiene
bastante cada uno con lo suyo como para que vaya yo a contarle mis
problemas.
Y sí, desde luego es bastante cansino escuchar a alguien que sólo tiene quejas y problemas. Y a la larga acabamos evitando a personas que sólo transmiten penas, por así decirlo.
Pero la mayoría no somos así. Al contrario. Nos gusta ir por la vida
con la cara del domingo toda la semana, de forma que una acaba por tener
cantidad de simpatizantes y viceversa, que nunca llegan a ser amigos
por mucho que los veas a diario.
Porque me doy cuenta de que una
amistad se convierte en real cuando de forma reciproca compartes algo
más allá de la fachada, que es donde habitan tanto las esperanzas como
los miedos. Donde viven el sentimiento y el corazón.
Esta forma de
pensar que en principio parece muy cívica, ética y moral nos conduce
directos a la soledad y al aislamiento. Lo cual dicho sea de paso, les
viene muy bien a los del traje de mandar que con tan buenos resultados
practican el divide y vencerás.
Somos débiles, pero no queremos parecerlo.
Tenemos ira, pero la tapamos culpando siempre al que supuestamente nos la provoca.
Somos frágiles. Como cebollas, vestidos con capas y capas de suficiencia e indiferencia.
Somos amor, pero eso no está de moda.
Así que nos pasamos la vida queriendo parecer lo que no somos y escondiendo lo que somos para no parecerlo.
Creo que la palabra clave es compartir.
No sólo lo bueno y no sólo lo malo.
A veces, la mayoría, ( excepto en política)varios cerebros puesto a
solucionar un problema son mejor que uno sólo. Que la unión hace la
fuerza y la fuerza se consigue admitiendo primero la debilidad.
Soy débil. Que lo sepáis.
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