Estaba el cielo tan especial aquella noche, que alargué el brazo y pude coger una estrella.
Estaba ahí, en la palma de mi mano; fríamente cálida y resplandeciente.
No aumentó de tamaño en la cercanía, era como una perla con cinco puntas extraña y fascinante.
Después de mirarla unos instantes, cerré la mano y los ojos y me la lleve al corazón.
Respiré hondo y a continuación de unos minutos imposibles de describir
con palabras, volví a alargar el brazo hacia el cielo y aflojé el puño
hasta abrir la mano por completo.
Con cada pálpito, una lluvia de
pequeñas estrellas evanescentes surgía volátil de ella para esparcirse
lentamente por el aire como si fuesen pompas de jabón.
Era un espectáculo tan... Ni siquiera encuentro la palabra.
En setenta golpes de corazón una neblina estrellada y luminiscente se
desplazaba flotando y adquiriendo curiosas formas. Como los bancos de
peces plateados que recorren océanos y mares.
No sé cuánto tiempo pasé inmersa en esa ensoñación palpable...
Desperté en medio de una duna, al sentir la lengua de un camello recorrer mi cara.
Casi me muero del susto. Luego me dio un ataque de risa, y por fin llegó la inexplicable calma.
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