SOLILOQIOS DE UNA BEASTRUZ PERDIDA EN TERRANOVA

martes, 8 de octubre de 2013

TARDES EN EL SOTO

Todas las tardes a eso de las cinco y media era la cita ineludible. En verano en el patio de la casa de las monjas que daba a la huerta, antes rebosante y ahora prácticamente inexistente. 
Me gustaba entrar allí con los niños a recoger manzanas, nueces y castañas. Era un sitio muy agradable donde se respiraba paz. 
Y ahí se juntaban "la Juana" y sus tres amigas todas las santas tardes del año. Cuando el buen tiempo sacaban las sillas y la mesa de campo y se venían con el termo a tomar el café a mi patio que no era de las monjas ni mio; era de todas ...
Cuando llegaba el frío el cuartel general se trasladaba a casa de Juana. Donde exactamente a las cinco y media después de la "novela", se encendía el brasero eléctrico situado bajo la mesa camilla en un círculo especialmente diseñado para tal efecto. Allí se sentaba cada una en su silla de mimbre tapando sus piernas bajo la falda de la mesa, con su taza de café mezclado con achicoria y sus cuatro galletas maría. Cuando alguna cumplía los años merendábamos pastas.
Me gustaba merendar con ellas y escucharles hablar de sus tiempos de aprendizaje en "la universidá de la vida", como ella le llamaba... 
Creo que entre las cuatro superaban los trescientos años... Habían crecido en el hambre la guerra y la posguerra. Y habían criado veinticuatro hijos a base de pan, harina, tocino y azúcar mojada en vino envuelta en tela a modo de "chupete", cuando los niños lloraban de hambre y no había otra cosa...
Me contaba Juana que se puso de parto en el cortijo de un señorito, mientras trabajaba en el campo. Ella había procurado disimular su cuarto o quinto embarazo, porque si no, la hubieran echado sin contemplaciones. Y no podía permitírselo.
Así que parió a su niño allí sola, y después de cortarle el cordón con el cuchillo de pelar la fruta y anudarlo, se lo envolvió en el refajo y continuó trabajando hasta que terminó su jornada...
Cuando llegaba a casa le esperaban los otros tres o cuatro niños, lavar en el río, preparar la comida, y planchar con aquellas planchas de hierro que se llenaban con carbón caliente. "El hombre" no trabajaba mucho, pero le gustaba ir como un pincel.
A veces encalaba alguna pared y le daban tocino. Otras cosía y le daban aceite. Otras le hacía el moño a "la doña", y ésta le pagaba con azúcar.
Hubo una noche en que ya no podía más y se quedó profundamente dormida mientras le daba el pecho al pequeño. Cuando despertó por la mañana, sintió un frío repentino. Era el niño. Se había asfixiado bajo su pecho enorme y rebosante de leche...
Y lo enterró y siguió trabajando y teniendo más hijos (" Los que Dios tuvo a bien regalarme").
Yo las escuchaba sin poder llegar a imaginarme esa pesadilla de vida. Sin embargo ella recordaba todo con cierta añoranza. Siempre me repetía que cuando no había dinero tenían menos "cacharros", pero disfrutaban más de la vida. Que desde que la gente se había obsesionado por ganarlo para tener cosas, habían aparecido "esas enfermedades modernas que se han inventado... ¿cómo era?... ah, sí !!, la represión y el exprés " .
Era muy graciosa la Juana. Y cada vez que me acuerdo de ella estoy más convencida de que tenía más razón que no sé qué...
Ella añoraba su vida pasada, y yo la añoro a ella. Nunca podré agradecer todo lo que hizo por mí. Me quiso desde que me vio, al igual que yo a ella. Y me enseñó muchas cosas que espero no volver a olvidar nunca. Como el respeto a una misma.
Gracias Juana. Y gracias a sus hijas por dejarme disfrutarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario