Daba igual el tiempo que hiciera, porque él siempre iba con la misma ropa.
Unos vaqueros sucios y raídos, camisa de cuellos anchos en cuyas puntas lucian dos apliques de un metal plateado, chaleco de cuero negro y un guardapolvos que casi le llegaba al tobillo.
Botas camperas y sombrero de cowboy.
En cuanto alguien nos avisaba de que había llegado, todos los críos corríamos a buscarlo. Nos parecía igual que el enemigo de turno de la película del oeste protagonizada por John Waine que veíamos todos los sábados en la tele después de comer.
Encima decía llamarse Bob, lo que hacía más verosímil nuestra creencia de que aquel hombre, por alguna razón que se escapa a nuestras infantiles cabezas venía directamente del "saloon" de la peli del fin de semana. Aunque hablara en español. Convinimos entre todos que era hijo de inmigrantes españoles en América.
Siempre se quedaba un rato pidiendo en la iglesia y cuando consideraba que ya tenía suficiente, iba a la panadería y después a la carnicería . Y se preparaba el bocadillo en un banco de la plaza que regaba con un litro de vino blanco en tetra brik.
Nosotros deambulábamos cerca suya, tan curiosos como temerosos. Era moreno y tenía una barba muy cerrada.
Nos producía admiración y susto a la vez.
Con él siempre iba un perrillo pequeño sin raza concreta aparente que tenía una herida en la oreja de tanto rascarse. Parecía una mezcla de pastor con algo.
Un día se nos acercó y Julia acertó a ponerle una tirita que se había traído de casa. Echarle mercromina fue imposible porque no se estaba quieto.
A menudo nos daba por fantasear con la idea de que era ladrón de bancos o quizás de iglesias.
Sí. Debía de ser de iglesias porque no llevaba ni Winchester ni cartuchera.
Sabíamos que dormía pegado al muro del cementerio en un pequeño habitáculo que se había construido con cajas de cartón , madera y algo de uralita. Pero nadie le decía nada porque sabíamos que tal como aparecía volvía a desaparecer hasta el principio de la siguiente estación.
Estábamos tan intrigados con la vida y milagros de aquel personaje, que un día decidimos que mientras unos lo vigilaban, otros iríamos a investigar el cuchitril donde dormía. Y así lo hicimos.
Entramos Arturo, Mikel y yo.
Apenas tenía cosas. Un colchón viejo con un par de mantas bien dobladas encima, un vaso con un cepillo de dientes y unas deportivas.
Al lado del colchón una caja de fruta volteada hacia de mesilla. Sobre ella una lata cortada que hacía las veces de cenicero, la foto de una chica muy guapa rubia y una pequeña libreta con un lápiz al lado. Y algo que nos sorprendió: una rosa blanca recién cortada dentro de una taza metálica llena de agua más o menos hasta la mitad.
A pesar de las circunstancias aquel lugar tenía cierto encanto.
Abrimos la libreta como quien abre el cofre del tesoro. Por fin sabríamos algo de la enigmática vida de Bob.
Sólo tenía diez hojas. En ocho de ellas había retratos hechos a lápiz de la chica de la foto haciendo diferentes cosas cotidianas.
En la hoja número nueve aparecía totalmente desnuda, de pie , cepillando su larguísima melena rubia frente a un espejo.
En esa nos quedamos parados creo que bastante rato. El dibujo estaba muy bien hecho, y nosotros no habíamos visto una mujer así de desnuda en la vida.
Por fin con mucha emoción decidimos por unanimidad pasar a la última página. Seguro que ahí estaría la clave.
Sólo una frase que nos dejó tan atónitos como desilusionados:
" Llegaste, te quedaste, te fuiste y desde entonces no estoy"...
-Bueno. Quizás el próximo invierno consigamos saber algo más.- dijo Arturo.
Dejamos la libreta donde estaba y salimos sigilosamente.
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