Regresaba por aquella vereda con la intención de atajar el camino hasta
su casa que estaba bastante apartada del pueblo. Estaba rodeada de
árboles, arbustos y matas y aunque el viaje se acortaba bastante había
una especie de intuición extraña que le impedía pasar por allí.
Pero
aquel día fue uno de esos en los que la vida decide hacerte sentir
perdido, así que en esa situación solucionó que puestos a perderse, hoy
cogería ese atajo que de pronto sentía ganas de descubrir.
Y se adentró en el estrecho sendero y vio que había una lechuza blanca
en un árbol que se iba desplazando de rama en rama siguiendo sus pasos.
Cuando llegaba al final del camino se paró y la observó durante un rato
largo.
La lechuza le preguntó qué estaba mirando y él no supo qué contestar. Debió quedarse tan blanco como ella.
Dice que cree que después se desmayó, pero que antes de recobrar la
conciencia le pareció escuchar algo que lo dejó pensativo durante varios
días:
Lo mejor de estar perdido es todo lo que te pasa mientras te
encuentras o no y lo mejor para no perderse es reconocerse en los demás.
Así siempre sabrás dónde estás ...
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