Si sumáramos todo el tiempo empleado en batallas perdidas de antemano,
mas el tiempo perdido en dudar y tener miedo, mas el que entretenemos
imaginando situaciones y diálogos perfectos, más el que dedicamos a la
impotencia...
Si todo ese tiempo se lo restáramos a una vida, seríamos siempre todos niños. Es lo que pasa.
Y no puede ser.
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