Aquella carta sin remitente estaba escrita para ella. Sólo alguien que
la conocía podía haberla escrito. Alguien que la conocía muy bien.
Estuvo días investigando para averiguar si algún vecino del barrio había
visto a alguna persona extraña mientras la dejaba en el suelo, en
frente de la puerta de su casa.
Pero nadie había visto nada.
Desde ese momento ya no volvió a dormir tranquila.
Cada vez que abría la puerta por la mañana, se encontraba un gladiolo amarillo dentro de un jarrón negro delante de sus pies.
Y como desde hacía tres meses ya, nadie había visto a nadie.
Vio el gladiolo, lo cogió dándole una patada al jarrón volvió adentro y
lo metió en la basura, no sin antes observar de refilón la cara de
asombro de su vecina.
Subió a coger la carta como cada día.
Intentaba descubrir algo que no hubiera visto antes. Una segunda
intención, un trazo reconocible o una huella vista al trasluz... Sentía
que se estaba volviendo loca.
Fue directa a cogerla debajo de su almohada. Pero no estaba.
Estaba segura de haberla dejado allí la noche anterior.
Entonces volvió sobre sus pasos y fue directa al cubo de la basura.
Sólo los restos del pescado de anoche. Sudor frío. Después se puso
delante de la puerta, sujetó la manilla y la abrió rápidamente buscando
con la vista los restos del jarrón. Ni rastro.
Una ambulancia que
aparca, y unos paramédicos que se acercan a ella, le dicen algo. Niega
con la cabeza , forcejea. Ellos con delicadeza pero de forma firme le
administran un sedante y se la llevan. Nadie vuelve a verla.
A la
mañana siguiente un gladiolo amarillo dentro de un jarrón negro aparece
depositado justo delante de la puerta de su casa. Como siempre desde
hace poco más de tres meses.
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